Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
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Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo

Abro hueco para hablar de este autor y su obra (Democracia en América). Este hombre es un referente para los liberales, como de Marx para los comunistas, etc. Se recupera su figura profética de un mundo político que iba a aparecer 150 años después. Diagnosticó todos los tics de nuestro tiempo: pérdida de soberanía popular entregada al Estado, a!gunos derechos conquistados, soledad individual, destrucción de la cultura, consumismo como soma, etc. Y todo ello en torno al estudio de la democracia de los Estados Unidos como ensayo a la que debía ser en Francia.
El domingo me pongo.
Para abrir reflexión:
Si te dieran a elegir entre:
a) No tener DNI aunque ello suponga un riesgo para identificarte en un banco, notario, etc.
b) Tener DNI a expensas que un gobierno despótico te tenga vigilado a ver por donde vas.
¿Que harías tú?
Info del libro
http://html.rincondelvago.com/la-democracia-en-america_alexis-de-tocqueville.html
Última edición por Catlander el Miér 28 Sep 2016, 17:21, editado 1 vez
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War, Crisis and Pain. Welcome to the twenty century
Re: Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
Son respuestas totalmente opuestas, tener un DNI no significa que vayas vigilado por donde vas, no hay nadie vigilandote 24h, para mí es mas peligroso hacer una búsqueda en google, ¿no te has dado cuenta que cuando ves varias páginas por ejemplo de cascos para motos, la publicidad que ten entra en las demás páginas es de cascos para motos?
Te tienen localizado vía móvil si es necesario las 24 h, tus whatssaps son totalmente recuperables, con orden judicial si, pero por el móvil y tarjetas de crédito sí que pueden saber perfectamente donde has estado todo el año. ¿esta la gente dispuesta a renunciar a el? NO.
Uno de los problemas que actualmente afectan a nuestra sociedad es que la soberanía popular que dimos en su momento al estado, ahora el estado se la da a las grandes compañias a causa de la globalización y eso a la larga hará la convivencia en el mundo insostenible.
Te tienen localizado vía móvil si es necesario las 24 h, tus whatssaps son totalmente recuperables, con orden judicial si, pero por el móvil y tarjetas de crédito sí que pueden saber perfectamente donde has estado todo el año. ¿esta la gente dispuesta a renunciar a el? NO.
Uno de los problemas que actualmente afectan a nuestra sociedad es que la soberanía popular que dimos en su momento al estado, ahora el estado se la da a las grandes compañias a causa de la globalización y eso a la larga hará la convivencia en el mundo insostenible.
Re: Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
Bien dicho Mondedeu !
Yo pongo un supuesto en el que el ciudadano soberano de un país decide ceder dicha soberanía a un Estado para que le resuelva sus problemas de trabajo, alimento, paz, etc.; pero puede suceder que por el simple hecho de haberle cedido esa soberanía el Estado a veces no solo no resuelve casi nada, sino que incrementa los problemas de la gente, pasando de ciudadanos soberanos a súbditos esclavizados.
Yo pongo un supuesto en el que el ciudadano soberano de un país decide ceder dicha soberanía a un Estado para que le resuelva sus problemas de trabajo, alimento, paz, etc.; pero puede suceder que por el simple hecho de haberle cedido esa soberanía el Estado a veces no solo no resuelve casi nada, sino que incrementa los problemas de la gente, pasando de ciudadanos soberanos a súbditos esclavizados.
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Re: Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
Aportaré un texto que he visto y me ha gustado mucho, para ilustrar. Es un documento de Lorenzo Infantino titulado
Tocqueville y el problema de la democracia
AUTOR: Lorenzo Infantino
FUENTE: http://www.ilustracionliberal.com/11/tocqueville-y-el-problema-de-la-democracia-lorenzo-infantino.html
La vida de cada uno de nosotros se desenvuelve dentro de aquel habitat político que conocemos con el nombre de "democracia". Es un marco institucional que, aunque complejo, damos a menudo por descontado y sobre el que sólo nos detenemos a reflexionar cuando no se cumplen las expectativas que despierta en una medida que consideramos insoportable. Es el momento en que, en el intento de descubrir los motivos que han producido las "decepciones" o los "fracasos" que lamentamos, tratamos de someter a análisis los presupuestos, el significado, las ventajas y los inconvenientes del sistema democrático. Así es como la democracia se convierte en problema.
La herencia de la Revolución
Cuando nos encontramos en una situación así, es decir cuando "tropezamos" con el problema de la democracia, podemos encontrar ayuda en numerosas obras. Entre los autores que pueden proporcionarnos un auténtico alimento, ocupa un lugar destacado Alexis de Tocqueville. Lo cual no es fortuito. Como manifiesta en una carta a Henry Reeve, él había "venido al mundo al término de una larga Revolución que, tras haber destruido el Estado antiguo, no [... había] creado nada duradero".[1] Es evidente que Tocqueville, representante de la primera generación que siguió a la Revolución francesa, recibió del pasado una herencia inquietante: rica en interrogantes y pobre en respuestas. Él la acepta, hace del empeño en responder a esos interrogantes la "vocación" de su propia vida.
Lleva, pues, razón Ortega y Gasset cuando, con su característica agudeza, observa que Tocqueville "era incapaz de escribir por escribir".[2] Y subraya que "sus dos únicos libros se ocupan de un mismo tema, tomado primero por su anverso y luego por su reverso".[3] Como si dijéramos que el tema exclusivo de las meditaciones de Tocqueville es el de la democracia. Es el propio Tocqueville quien lo confirma cuando dice que "la institución y la organización de la democracia en el mundo cristiano es el mayor problema político de nuestro tiempo".[4] Y lo es porque puede ser la base tanto de la libertad como del despotismo.[5] La democracia es, pues, una auténtica "encrucijada" que puede conducir en direcciones opuestas. Tal es el drama político con el que se enfrenta Tocqueville y que coincide con un drama personal, por la opción que él toma a favor de la libertad.[6]
Conviene precisar que Tocqueville es plenamente consciente de que el proceso democrático es imparable, sobre lo cual se expresa en los siguientes términos: "El gradual desarrollo de la igualdad [...] es universal, duradero, se sustrae a diario al poder del hombre; todos los acontecimientos, lo mismo que todos los hombres, favorecen su desarrollo. ¿Sería, pues, razonable que los esfuerzos de una generación detuvieran un movimiento social que tiene orígenes tan lejanos? ¿Hay acaso alguien que pueda pensar que la democracia, después de liquidar al feudalismo y de vencer a los reyes, retrocederá ante los burgueses y los ricos? ¿Es posible que se detenga precisamente ahora que se ha hecho tan fuerte y sus adversario tan débiles?"[7]
Tocqueville comprende también que el desarrollo de la igualdad no es sólo un proceso imparable, sino también un mecanismo capaz de movilizar las más amplias energías: "Por doquier se ha visto cómo los diversos acontecimientos de la vida de los pueblos contribuirán al destino de la democracia. Todos la han ayudado con sus esfuerzos, los que se proponían contribuir a su éxito, y los que en absoluto pensaban servirla, los que combatieron por ella, y los que se declararon enemigos suyos: todos se agolparon en el mismo cauce y trabajaron juntos, unos a su pesar, otros sin que se dieran cuenta."[8]
Así, pues, Tocqueville, en un momento particularmente difícil de su vida y de su país, repite que la alternativa es entre una articulación "liberal" y una articulación "opresiva" de la democracia.[9] Lo cual suscita un "terrible problema, cuya solución no afecta sólo a Francia, sino a todo el mundo civilizado".[10] Y aquí Tocqueville explica: "Si nos salvamos, salvaremos al mismo tiempo a todos los pueblos que nos rodean. Si nos perdemos, arrastraremos a todos a la ruina junto con nosotros. Según que tengamos la libertad democrática o la tiranía democrática, el destino del mundo será distinto."[11]
El objetivo es, pues, librarse de la "tiranía democrática". Francia había experimentado esta situación, a la que parecía estar fatalmente condenada. En su lugar había que construir una democracia liberal. Por eso, como oportunamente ha puesto de relieve Ortega y Gasset, "antes que todo y sobre todo –sobre el subsuelo de fe cristiana heredada- Tocqueville fue liberal. Lo fue en forma más consciente y depurada que solían serlo sus contemporáneos. Creía que si la historia en cuanto acontecimiento intrahumano tiene un destino y si la evolución de las sociedades tiene una meta, esta meta y aquel destino sólo pueden consistir en establecer una armazón de instituciones políticas y de usos cotidianos que hagan posibles existencias libres."[12]
Tocqueville contra la Restauración
La percepción del imparable avance de la democracia permitía a Tocqueville comprender además en qué medida la Restauración fue un fenómeno "artificioso".[13] En una carta de agosto de 1829 a su hermano Eduard, refiriéndose al gabinete Polignac, afirma Tocqueville: "¿Cómo podrá mantenerse? Sólo Dios puede saberlo. O, más bien, sabe ya aquello de lo que nosotros no hacemos más que dudar: que no se mantendrá en modo alguno. Parece que el gobierno quiere inicialmente estar de acuerdo con la Cámara actual, pero es poco probable que pueda encontrar un punto en que apoyarse. Convocar otra Cámara sólo significaría, si la ley electoral sigue siendo la misma, excluir todas las probabilidades de ganar. Cambiar esta ley, con la Cámara actual, no es ni siquiera imaginable. He aquí, pues, al nuevo gobierno lanzado al sistema de los golpes de Estado, de legislar mediante órdenes: de donde el desafío lanzado entre el poder real y el poder popular, una lucha entablada en campo cerrado, una partida en la que, a mi entender, el poder popular sólo se juega su presente, la autoridad real su presente y su futuro. Si este gobierno cae, la monarquía tendrá que soportar sus consecuencias, porque ese gobierno no es más que una emanación directa de la misma [...]. ¡Quiera Dios que la casa de los Borbones no tenga que arrepentirse un día de lo que hoy ha hecho!"[14]
(¿no os suena familiar esto?)
El 6 de mayo de 1830, escribe también a su hermano Eduard: "consideremos fríamente el callejón sin salida en que se metería el Rey si decidiera obrar fuera de la ley. ¿Dónde podría encontrar apoyo? No, desde luego, en la opinión pública: no habría nadie dispuesto a aprobar su comportamiento, sino que más bien con ello reuniría a casi toda la nación en una actitud de condena. ¿En los tribunales? Pero el día en que el Rey reinara por medio de ordenanzas, los tribunales se negarían a aplicarlas [...]. Sería entonces necesario reinar mediante comisiones, avanzar cada vez más por la vía de la ilegalidad por medio de la fuerza militar, mantener continuamente a los soldados en pie de guerra [...]. Nadie en Francia quiere que se gobierne mediante ordenanzas: hay que tener esto muy en cuenta, pues a nadie beneficia. Los cuerpos judiciales perderían con ello su importancia, los Pares su rango, la mayor parte de los hombres de talento sus esperanzas, las clases inferiores sus garantías, la mayoría de los oficiales sus ocasiones de promoción."[15]
Era una visión certera. Carlos X y Polignac son barridos por la "monarquía de julio". Y Tocqueville, a diferencia de sus familiares y de muchos de sus amigos, jura fidelidad a Luis Felipe. En una carta a Charles Stoffels, explica así su juramento: "Al obrar de este modo, he considerado que cumplía con mi estricto deber de francés. En el Estado en que nos encontramos, si Luis Felipe fuera derrocado, ello no redundaría ciertamente en favor de Enrique V, sino [...] de la anarquía. Quienes aman a su país deben, pues, unirse francamente al nuevo Rey, ya que sólo Él puede salvar a Francia de sí misma. Yo desprecio al nuevo soberano y pienso que su derecho al trono es más que dudoso; sin embargo, le apoyaré con mayor firmeza, creo, que quienes le han preparado el camino de la conquista del poder y que no tardarán en aparecer como sus amos y sus enemigos. He tomado mi decisión con absoluta tranquilidad de conciencia, porque tengo la convicción de que no obtendré con ello ninguna ventaja."[16]
Así pues, Tocqueville despreciaba a Luis Felipe y pensaba también que su derecho al trono era dudoso. Temía también que una recuperación del poder por parte de los legitimistas podría expulsarle de la magistratura en la que por entonces prestaba servicio. Escribe: "El movimiento de reacción que ya se está manifestando me echará o me pondrá en tales condiciones que el disgusto me obligará a dimitir."[17] A pesar de todo, no se adhiere a la postura de quienes pensaban que Francia podía volver atrás. Si Luis Felipe no es la solución, menos aún lo será una restauración legitimista.
¿Qué hacer? Tocqueville confía a su amigo Beaumont que "es preciso estudiar la historia de los hombres y sobre todo la de aquellos que nos han precedido más inmediatamente en este mundo".[18] Afirma que conoce los acontecimientos, pero admite que no sabe "qué es lo que los ha provocado, los recursos que los hombres han proporcionado a quienes los han gobernado desde hace doscientos años, el estado en que las revoluciones encontraron a los pueblos de entonces, y en el que los dejaron, su clasificación, sus costumbres, sus instintos, sus recursos actuales, la división y la disposición de estos recursos".[19] Y llega luego al punto decisivo: "Existe una ciencia que en otro tiempo desprecié y que ahora reconozco no sólo que es útil sino absolutamente esencial: la geografía. No el conocimiento del meridiano exacto de una determinada ciudad, sino el conocimiento de todo lo que se refiere a lo que hace poco mencionaba [...]. Admito que no es esta la geografía que se aprende en la escuela, pero imagino que es la única que podemos comprender y recordar."[20]
La geografía a que se refiere Tocqueville es el instrumento con el que podemos contemplar el horizonte histórico del propio tiempo. En este horizonte, los Estados Unidos son el país en que el problema de la democracia se ha planteado con más fuerza y donde se le ha dado la respuesta más adecuada. Y Tocqueville dice: "Hace mucho tiempo que tengo un gran deseo de visitar América del Norte: iré, pues, para ver de cerca cómo funciona una gran república. ¡Lo único que temo es que mientras tanto se forme una en Francia!"[21]
La lección de Constant y Guizot
Tocqueville va a los Estados Unidos con una penetrante dotación teórica. Los excesos y crímenes de la Revolución francesa y del régimen napoleónico habían evidenciado que, para resolver el problema de la democracia, no basta sustituir el principio de la soberanía monarco-aristocrática por el de la soberanía popular. Benjamin Constant había proyectado una poderosa luz sobre el hecho de que, sin una adecuada limitación del poder, no es posible la libertad. En sus Principes de Politique, Constant había escrito que "el reconocimiento abstracto de la soberanía popular no incrementa en nada la libertad de los individuos".[22] En efecto, "si atribuimos a la soberanía una extensión que no debe tener, la libertad puede perderse a pesar de ese principio o incluso en razón del mismo"."[23]
Constant también había precisado: "Cuando se establece que la soberanía de ciertos individuos es ilimitada, se crea y se echa a la ventura, dentro de la sociedad humana, un coeficiente de poder que es en sí mismo demasiado elevado y que está destinado a ser un mal, sean cuales fueren las manos en que se encuentre. Confiarlo a un hombre, a diversos hombres o a todos es igualmente malo. Acaso se piense que ello se debe a la imperfección de quienes detentan ese poder, y, según las circunstancias, se acusará a la monarquía, a la aristocracia, a la democracia, a los gobiernos mixtos o a los sistemas representativos. Y será un error, pues no hay que denunciar a quienes ejercen el poder sino su extensión."[24]
El diagnóstico de Constant iba aún más lejos al añadir: "El error de quienes, de buena fe y por amor a la libertad, han otorgado un poder ilimitado a la soberanía popular deriva del modo en que se han formado sus ideas políticas [...] su cólera se ha dirigido contra los ejecutores del poder más bien que contra el poder mismo. En lugar de destruir este último, han pensado sustituir a sus poseedores. Ha sido una lástima, pues en ello han visto una conquista. Han entregado el poder a la sociedad en su conjunto. Y de la sociedad en general ha pasado necesariamente a la mayoría, y de la mayoría a las manos de unos pocos y a menudo de uno solo. Y de este modo se han producido los mismos males que antes."[25]
Basándose en esto, Constant pudo refutar fácilmente la posición de Rousseau, considerándola el apoyo más formidable a todo tipo de "despotismo".[26] En el contrato rusoniano cada uno adquiere sobre los demás los mismos derechos que él cede en favor de los otros. De este modo obtiene el equivalente de lo que pierde y consigue además una fuerza mayor para preservar lo que le queda. Pero Rousseau olvidaba que "en el momento en que la soberanía tiene que hacer uso del poder que posee o, en otras palabras, apenas es preciso proceder a la organización práctica del poder [...], la acción iniciada en nombre de todos es necesariamente, nos guste o no, la acción de un determinado individuo o de unos pocos, y sucede que, al someterse a todos [...], cada uno se somete a quienes actúan en nombre de todos."[27]
Asustado por el inmenso poder social que había creado, el propio Rousseau no sabía en qué manos poner "tan monstruosa fuerza" ni pudo encontrar otra cosa que un expediente que hacía "imposible" el ejercicio de la soberanía.[28] Por eso afirmaba que la propia soberanía no puede ser "enajenada, delegada o representada".[29] Que es como decir que "no puede ejercerse", es decir se destruye el "principio que apenas había sido proclamado".[30]
Constant también había explicado que "la generalidad de los ciudadanos es soberana, en el sentido de que ningún individuo, ninguna facción, ninguna asociación parcial puede, sin haber recibido la oportuna delegación, pretender la soberanía. De lo que no se deriva que la generalidad de los ciudadanos, o quienes han sido investidos de la delegación, puedan disponer soberanamente de la existencia de los individuos. Por el contrario, hay una parte de la existencia humana que por necesidad permanece como individual e independiente y que por derecho está fuera de toda competencia social."[31]
En la concepción de Constant, la soberanía debería tener sólo una "limitada y relativa existencia", porque en el punto en que "comienza la autonomía individual, acaba la jurisdicción de la soberanía".[32] Tampoco el consenso de la mayoría puede legitimar la violación de esos límites. La soberanía tiene que ser limitada. Tal es, precisa Constant, el "eterno principio que debemos afirmar".[33]
Todo lo anterior coloca a Constant dentro del restringido círculo de quienes han contribuido a destruir el mito del Gran Legislador. Veamos por qué.
A. La libertad nace de la limitación del poder político. Aun cuando los titulares de las funciones autoritarias se proponen como objetivo hacer que la vida de los ciudadanos sea libre, el poder ilimitado que se les ha otorgado no permite alcanzar esa finalidad, ya que los conocimientos de cada uno son parciales. Y a conocimientos limitados debe corresponder un poder también limitado. Comentando la obra de Filangieri, Constant afirma que este escritor italiano cae en el imperdonable error de considerar al legislador "como un ser aparte, por encima del resto de los hombres, necesariamente mejor y más iluminado que los demás".[34] Así es como Filangieri, "entusiasmándose con un fantasma creado por su imaginación", le atribuye una autoridad que sólo raramente piensa limitar.[35] En efecto, según Filangieri, puede aceptarse que la ley procede "del cielo, pura e infalible, sin necesidad de recurrir a intermediarios, cuyos errores la falsean, cuyos cálculos personales la desfiguran, cuyos vicios la surcan y la hacen perversa [...] la ley es obra de los hombres [... y] la obra no merece más confianza que sus actores [...] una terminología abstracta y oscura ha confundido a los publicistas. Podría decirse que han sido engañados por los verbos impersonales [...]. Es necesario, se debe, no se debe, ¿acaso no se refieren a hombres? Se llega al punto de creer casi que se trata de una especie distinta".[36]
Son los individuos los que actúan. Y el hecho de que gocen de una legitimación política no significa que desaparezca su ignorancia y su falibilidad y, con ellas, la necesidad de poner límites precisos a su poder. Sean cuales fueren las manos en las que éste se encuentre, una ilimitada extensión del mismo produce, inevitablemente, consecuencias desastrosas para la libertad.
B. De ahí que no podamos detenernos en las intenciones de los actores. Estas intenciones, por más rectas que puedan ser, no garantizan por sí mismas resultado alguno. Es decir hay que valorar las consecuencias de las acciones. El principio de soberanía popular puede incluso ser el instrumento para conculcar la libertad. Resulta por tanto importante el modo en que se organiza ese principio.
C. Utilizando una fórmula sobre la que ha insistido Popper y que está ampliamente presente en la tradición liberal, se podría decir que el viejo interrogante sobre "quién debe mandar" debe ser sustituido por la pregunta: "¿Cómo podemos organizar las instituciones políticas para impedir que malos o incompetentes gobernantes hagan demasiado mal?"[37]
Los tres puntos señalados sitúan a Constant dentro de aquella metodología que ya observamos en Mandeville y en los moralistas escoceses, que en años más próximos a nosotros ha tomado el nombre de "individualismo metodológico".[38] Por lo demás, como es sabido, Constant vivió en Edimburgo, donde tomó parte activa en la vida de varias asociaciones literarias y culturales y en particular estuvo en contacto con James Mackintosh. Una relación que, recuperada posteriormente, se prolongará durante toda su vida.[39]
No menos importante fue la lección que Tocqueville recibió de Guizot, de quien había sido alumno en la Sorbona.[40] La metodología adoptada por Guizot no era diferente de la de Constant. Guizot no pensaba que la civilización fuera producto de las intenciones o de la proyectación humana. Según él, el régimen de libertad instaurado en Europa era el resultado de una singular constelación de acontecimientos. Escribe Guizot: "Allí donde, en las demás civilizaciones, el dominio exclusivo, o al menos la preponderancia excesiva de un solo principio, de una sola forma, fue causa de tiranía, en la Europa moderna la diversidad de los elementos del orden social, la imposibilidad en que han estado de excluirse entre sí, han generado la libertad que hoy reina. Al no poderse exterminar unos a otros, los principios tuvieron por necesidad que convivir, haciendo entre ellos una especie de transacción. Cada uno ha permitido tener tan sólo la posición de desarrollo que podía corresponderle y, mientras que en otras partes el predominio de un principio producía la tiranía, en Europa la libertad fue producto de la variedad de los elementos de la civilización y del estado de lucha en que han vivido constantemente."[41]
Dicho sin rodeos, Guizot sostenía que la libertad europea debía atribuirse a la circunstancia de que la "idea del imperio" y la "Iglesia cristiana" habían constituido un límite recíproco: un resultado evidentemente ajeno a las intenciones de los actores.
Guizot comprendió también la importancia de la interacción humana en el desarrollo de la civilización. Afirma: "si las facultades y la existencia de los individuos se desenvuelven y se agotan aisladamente, sin actuar unos sobre otros, sin dejar huella", las "generaciones sucesivas dejan a la sociedad en el mismo punto en que la recibieron."[42] Y, sin embargo, "cuando se pronuncia la palabra civilización", se piensa inmediatamente en "relaciones sociales que se amplían, que se hacen más activas".[43] Lo cual "subsiste bajo dos condiciones y se manifiesta a través de dos síntomas: el desarrollo de la actividad social y el de la actividad individual, el progreso de la sociedad y el progreso de la humanidad".
Por lo tanto, la limitación del poder crea el habitat de la libertad. Y ésta amplía los horizontes de cada uno, nutre la civilización. De donde también la hostilidad de Guizot respecto a las rupturas revolucionarias. Es cierto: "amaba el 1789", que percibía como "la gran fecha de la emancipación social de su clase", pero "odiaba la interminable sucesión de desórdenes políticos a los que aquel famoso año había abierto el camino".[44] Tanto es así que, en las jornadas de julio de 1830, se mantuvo aparte y orientó su entrada en escena hacia una política lo más respetuosa posible del pasado. Sabía muy bien que el extremismo revolucionario no puede generar libertad.[45]
Tales son las enseñanzas que Tocqueville recibió de Guizot. Elementos extraordinariamente fecundos, que el propio Guizot no siempre supo tener en cuenta en su actividad política. Pero su obra teórica, como subraya Ortega y Gasset, viene del "profundo pasado de Europa", donde "ha sabido sumergirse".[46] El pensador español llega a decir que es "increíble que en los primeros años del siglo xix, tiempo retórico y de gran confusión, se haya compuesto un libro como la Histoire de la Civilisation en Europe".[47]
Ortega amplió su juicio a todo el grupo, el de los llamados "doctrinarios", cuya influencia enriqueció a Tocqueville y del que Guizot era exponente. El propio Ortega añadía: "quiero tener el valor de afirmar que este grupo [...], de quienes todo el mundo se ha reído y ha hecho mofas escurriles es, a mi juicio, lo más valioso que ha habido en la política del continente durante el siglo xix. Fueron los únicos que vieron claramente lo que había que hacer en Europa después de la Gran Revolución, y fueron además hombres que crearon en sus personas un gesto digno y distante, en medio de la chabacanería y la frivolidad creciente de aquel siglo."[48] Y también: "Había llegado en ellos a convertirse en un instinto la impresión radical de que existir es resistir, hincar los talones en tierra para oponerse a la corriente [...]. Los doctrinarios son un caso excepcional de responsabilidad intelectual; es decir, de lo que más ha faltado a los intelectuales europeos desde 1750."[49]
Así pues, Tocqueville partía para los Estados Unidos con un buen bagaje teórico.[50] Si no hubiera sido así, La Démocratie en Amerique no habría sido una aguda obra de teoría sociológica y política.
Contra la "tiranía de la mayoría"
Que Tocqueville va en búsqueda del habitat de la democracia liberal, es un motivo recurrente de sus apuntes de viaje, de su correspondencia y de sus escritos. Perfectamente consciente de la lección de Constant, Tocqueville considera "impía y detestable" la máxima según la cual "en materia de gobierno la mayoría de un pueblo tiene derecho a hacerlo todo".[51] Y escribe: "hay quienes han osado afirmar que un pueblo [...] no puede nunca, por definición, desbordar los límites de la justicia y de la razón, y por lo tanto no se debe temer dar todo el poder a la mayoría que le representa".[52] Pero esto, precisa Tocqueville, "es un lenguaje servil".[53] Es el camino que conduce a la "tiranía de la mayoría".
¿Qué es lo que sucede en Estados Unidos? Tocqueville observa: "he notado que el pueblo muestra a menudo, en la conducta de los negocios, una gran mezcla de presunción y de ignorancia, de lo que he concluido que en América, como entre nosotros, los hombres están expuestos a las mismas imperfecciones y a las mismas miserias."[54] A pesar de todo, ¿hay algo distinto? "Las costumbres y las leyes de los americanos no son las únicas que pueden convenir a los pueblos democráticos; pero los americanos han demostrado que no hay que perder la esperanza de regular la democracia con la ayuda de las leyes y de las costumbres."[55]
Veremos más adelante que, con referencia específica a la democracia americana, Tocqueville atribuirá mayor importancia a las costumbres que a las leyes. Pero para llegar a esto conviene seguir su itinerario.
Tocqueville afirma: los anglo-americanos "no siempre están de acuerdo sobre los medios que hay que adoptar para gobernar bien y se diferencian en algunas formas que conviene dar al gobierno, pero están de acuerdo sobre los principios generales que deben regir las sociedades humanas. Desde el Maine a la Florida, desde el Missouri al Océano Atlántico, se cree que el origen de todos los poderes es el pueblo. Se tienen las mismas ideas sobre la libertad y la igualdad; se profesan las mismas ideas sobre la [función de la] prensa, sobre el derecho de asociación, sobre el jurado, sobre la responsabilidad de quienes ocupan posiciones de poder."[56]
La observación de Tocqueville es muy profunda. El acuerdo no puede referirse sino a los principios. En efecto, como el propio Tocqueville no deja de observar, "sucede a menudo que los hombres que viven en los Estados Unidos son "todavía ingleses, franceses, alemanes, holandeses".[57] El desacuerdo sobre los medios es frecuente, pero no afecta a los fines. Tocqueville explica luego lo que quiere decir: "Lo que más os sorprende al llegar a Estados Unidos es una especie de movimiento tumultuoso en el que se halla sumergida la sociedad política. Las leyes cambian continuamente y a primera vista parece imposible que un pueblo, tan poco seguro en sus voluntades, no llegue pronto a sustituir la actual forma de su gobierno por una forma enteramente nueva. Estos temores carecen de fundamento. En lo que atañe a las instituciones políticas existen dos especies de inestabilidad que no hay que confundir: una se refiere a las leyes secundarias, y esta puede abundar en una sociedad muy sólida; la otra sacude continuamente las bases mismas de la constitución y ataca a los principios generales de las leyes: esta es siempre origen de desórdenes y revoluciones, y la nación que la sufre vive en una situación violenta y transitoria. La experiencia enseña que estas dos especies de inestabilidad no tienen entre sí un vínculo necesario, pues han estado unidas o separadas, según los tiempos y lugares. En Estados Unidos encontramos la primera, pero no la segunda. Los americanos cambian frecuentemente las leyes, pero respetan el fundamento de la constitución."[58]
Pues bien, como se desprende claramente de los apuntes de viaje,[59] Tocqueville atribuye al segundo tipo de conflicto, el que afecta a las "bases mismas de la constitución", la responsabilidad de lo que estaba ocurriendo en Francia, país sometido a permanentes convulsiones sociales, precisamente a causa de la falta de un acuerdo generalizado sobre los "principios generales". De donde la consiguiente conclusión de que la sociedad, es decir la cooperación pacífica entre los ciudadanos, sólo es posible si existe ese acuerdo.
Con ayuda de Ortega y Gasset, podemos detenernos en esta cuestión. Manifiestamente influido por Tocqueville, el pensador español imagina el "cuerpo de las opiniones que alimentan la vida de un pueblo constituido por una serie de estratos. Divergencias de opinión en los estratos superficiales e intermedios producen disensiones benéficas, porque las luchas que provocan se mueven sobre la tierra firme de la concordia subsistente en los estratos más profundos. La discrepancia en lo somero no hace sino confirmar y consolidar el acuerdo en la base de la convivencia."[60]
Se comprende así por qué el propio Ortega critica duramente a Ferdinand Tönnies. Dice: "Mi idea principal en sociología es que sociedad no es, en verdad, ni 'Gesellschaft', ni 'Gemeinschaft' en sentido de Tönnies. La distinción de este me parece falsa y además pueril [...]. Tönnies presenta estas dos formas de convivencia o agrupación humana como coordinadas y además cree que son realidades sociales plenas, subsistentes. Ahora bien, yo pienso – y ello me parece evidente– que toda Gesellschaft en sentido de Tönnies, por tanto toda agrupación que proviene de las voluntades deliberadas es sólo una asociación particular que supone una Gemeinschaft dentro de la cual se produce. Si por Gemeinschaft se entiende un grupo social no originado en voluntaria asociación y al cual el individuo pertenece quiera o no [...], diría que Gemeinschaft es el fenómeno social básico, que es supuesto de todos los demás."[61]
Las observaciones de Ortega son totalmente pertinentes, si bien precisan de algunas puntualizaciones. Aunque es cierto que no puede haber sociedad alguna sin la base de un núcleo de creencias compartidas, ello no significa que las reglas fundamentales de una sociedad libre deban dictar específicos contenidos existenciales obligatorios, ya que en tal caso no existiría libertad individual de elección. No es casual que, crítico para con Esparta, Constant recuerde que, en aquella ciudad, Terprando no pudiera añadir una cuerda a su lira sin que los Éforos sospecharan.[62] Es decir, no había elección personal.
Las reglas que constituyen la base de una sociedad libre, en la que conviven sujetos portadores de concepciones filosóficas y religiosas diferentes, deben ser vacías, carentes de un contenido existencial específico; deben ser auténticos principios procedimentales, cuya función se resuelva en la fijación de los límites de las acciones, sin imponer a éstas un contenido obligatorio. La democracia americana se caracterizaba precisamente por esto, como lo demuestra palmariamente lo que sucedía en el campo religioso.
Tocqueville escribe: "En Europa el cristianismo ha estado íntimamente ligado a los poderes terrenales. Hoy estos poderes se derrumban, y él queda sepultado bajo sus ruinas. Es un vivo que han querido atar a los muertos."[63] Muy otra es la situación en Estados Unidos. Aquí hay una "completa separación" entre Estado e Iglesia.[64] Esto significa que ningún credo religioso ocupa una posición privilegiada. Ninguna confesión puede valerse de la alianza con la política para imponer sus propios preceptos, ni el poder político puede justificar a través de la religión sus particulares imposiciones. Y así, sostiene Tocqueville, la "ley permite al pueblo americano hacerlo todo, la religión le impide concebirlo todo y le prohíbe atreverse a todo".[65] Es decir, el derecho sólo prohíbe lo que invade la esfera de la autonomía de los demás y deja un amplio campo a la libertad individual y a la innovación; está por lo tanto formado por una constelación de normas vacías. La orientación moral y el contenido existencial viene, en cambio, sugerido por las distintas confesiones religiosas. "No se puede, pues, decir que en Estados Unidos la religión ejerza una influencia directa sobre las leyes, ni sobre las opiniones políticas, sino más bien que la misma dirige las costumbres."[66]
La separación entre religión y política es un principio sobre el que todos están de acuerdo. "Aunque los anglo-americanos tengan muchas religiones, todos ellos tienen el mismo modo de considerar la religión."[67] Ésta, pues, no puede convertirse en instrumento de atropello. Las innumerables sectas conviven en la tolerancia recíproca.[68] "No hay odio religioso."[69] Por otra parte, afirma también Tocqueville, quien en una situación de elección libre "sigue creyendo, no teme exponer su fe a todas las miradas. En quienes no comparten sus esperanzas ve personas infelices, pero no adversarios; sabe que puede conquistar su estima sin tener que seguir su ejemplo; no está, pues, en guerra con nadie y, al no considerar la sociedad en que vive como una palestra en la que la religión tiene que luchar sin tregua contra mil enemigos enfurecidos, ama a sus contemporáneos al mismo tiempo que condena sus debilidades y se duele de sus errores."[70]
Por lo que respecta a los sacerdotes americanos, éstos "se pronuncian a favor de la libertad civil".[71] Y Tocqueville añade: "Los oí lanzar el anatema contra la ambición y la mala fe, al margen de las opiniones políticas en que tuvieran que ampararse. Pero aprendí, oyéndoles, que los hombres no pueden ser condenables a los ojos de Dios a causa de estas opiniones, cuando son sinceras, y que no es pecado equivocarse en materia de gobierno, como tampoco lo es equivocarse sobre la manera en que conviene edificar la propia casa o trazar el propio surco."[72]
Sin embargo, la separación entre costumbres y derecho, entre religión y política, una vida social inspirada en la tolerancia recíproca no son posibles sin algo más profundo. Tocqueville no lo duda. Y da perfectamente en el blanco cuando dice: [b["Hasta hoy, nadie en los Estados Unidos ha osado proponer esta máxima: que todo está permitido en interés de la sociedad. Máxima impía, que parece haber sido inventada en un siglo de libertad para legitimar la llegada de los tiranos."[73][/b]
Como ya sabemos, Constant había puesto en guardia contra el mecanismo que implica esta máxima. Recordaba que las acciones son siempre ejecutadas por los individuos concretos. Y la consecuencia es que, si a un individuo se le permite representar a la sociedad, se le concede que encarne un "punto de vista privilegiado sobre el mundo", postura que está en abierto contraste con la idea de igualdad. Con razón, pues, años más tarde, escribirá Tocqueville a Henry Reeve: "El gran peligro [...], tened la seguridad, es la destrucción o el debilitamiento de las partes del cuerpo social frente al todo. Lo que en nuestros días da fuerza a la idea del individuo es sano. Lo que da una existencia aparte a la especie y amplía la noción del género es peligroso. El espíritu de nuestros contemporáneos va espontáneamente en esta dirección. La doctrina de los realistas, introducida en el mundo político, impele a todos los abusos de la democracia; esa doctrina concilia el despotismo, la centralización, el desprecio de los derechos particulares, la doctrina de la necesidad, todas las instituciones y todas las doctrinas que permiten al cuerpo social pisotear a los hombres y que hacen que la nación lo sea todo y los ciudadanos nada."[74]
Tocqueville comprende que considerar la sociedad como algo separado y distinto de los individuos equivale a duplicar la realidad. Y comprende que la introducción del "punto de vista de la sociedad" conduce a la destrucción de la libertad individual. Por lo tanto, la democracia liberal debe ser la negación de todo esto. Hay que reconocer que un "pueblo o un individuo, por más iluminado que pueda estar, no es infalible".[75] Más exactamente, los hombres son todos falibles y ninguno puede pretender ser el único conocedor y portador de los intereses del todo.
Así, pues, la falibilidad es lo que más nos une. Esto significa que en el estrato más profundo de los principios que hacen posible la democracia liberal sí coloca el falibilismo gnoseológico.[76] Por lo demás, Tocqueville se pregunta: "¿Dónde hallar la verdad absoluta?"[77] Y no duda en aclarar: "La omnipotencia es en sí algo malo y peligroso. Su ejercicio me parece que está por encima de las fuerzas del hombre, sea el que fuere; y no veo que Dios pueda sin peligro ser omnipotente, porque su sabiduría y su justicia son siempre iguales a su poder. No hay, pues, sobre la tierra autoridad tan respetable en sí misma, o revestida de un derecho tan sagrado, que yo quisiera dejar sin control y que dominara sin obstáculos. Cuando veo que se concede el derecho y la facultad de hacerlo todo a cualquier poder, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, ya se ejerza en una monarquía o en una república, yo afirmo que allí está el germen de la tiranía; y trato de irme a vivir bajo otras leyes."[78]
Extracto parcial de http://www.ilustracionliberal.com/11/tocqueville-y-el-problema-de-la-democracia-lorenzo-infantino.html
Tocqueville y el problema de la democracia
AUTOR: Lorenzo Infantino
FUENTE: http://www.ilustracionliberal.com/11/tocqueville-y-el-problema-de-la-democracia-lorenzo-infantino.html
La vida de cada uno de nosotros se desenvuelve dentro de aquel habitat político que conocemos con el nombre de "democracia". Es un marco institucional que, aunque complejo, damos a menudo por descontado y sobre el que sólo nos detenemos a reflexionar cuando no se cumplen las expectativas que despierta en una medida que consideramos insoportable. Es el momento en que, en el intento de descubrir los motivos que han producido las "decepciones" o los "fracasos" que lamentamos, tratamos de someter a análisis los presupuestos, el significado, las ventajas y los inconvenientes del sistema democrático. Así es como la democracia se convierte en problema.
La herencia de la Revolución
Cuando nos encontramos en una situación así, es decir cuando "tropezamos" con el problema de la democracia, podemos encontrar ayuda en numerosas obras. Entre los autores que pueden proporcionarnos un auténtico alimento, ocupa un lugar destacado Alexis de Tocqueville. Lo cual no es fortuito. Como manifiesta en una carta a Henry Reeve, él había "venido al mundo al término de una larga Revolución que, tras haber destruido el Estado antiguo, no [... había] creado nada duradero".[1] Es evidente que Tocqueville, representante de la primera generación que siguió a la Revolución francesa, recibió del pasado una herencia inquietante: rica en interrogantes y pobre en respuestas. Él la acepta, hace del empeño en responder a esos interrogantes la "vocación" de su propia vida.
Lleva, pues, razón Ortega y Gasset cuando, con su característica agudeza, observa que Tocqueville "era incapaz de escribir por escribir".[2] Y subraya que "sus dos únicos libros se ocupan de un mismo tema, tomado primero por su anverso y luego por su reverso".[3] Como si dijéramos que el tema exclusivo de las meditaciones de Tocqueville es el de la democracia. Es el propio Tocqueville quien lo confirma cuando dice que "la institución y la organización de la democracia en el mundo cristiano es el mayor problema político de nuestro tiempo".[4] Y lo es porque puede ser la base tanto de la libertad como del despotismo.[5] La democracia es, pues, una auténtica "encrucijada" que puede conducir en direcciones opuestas. Tal es el drama político con el que se enfrenta Tocqueville y que coincide con un drama personal, por la opción que él toma a favor de la libertad.[6]
Conviene precisar que Tocqueville es plenamente consciente de que el proceso democrático es imparable, sobre lo cual se expresa en los siguientes términos: "El gradual desarrollo de la igualdad [...] es universal, duradero, se sustrae a diario al poder del hombre; todos los acontecimientos, lo mismo que todos los hombres, favorecen su desarrollo. ¿Sería, pues, razonable que los esfuerzos de una generación detuvieran un movimiento social que tiene orígenes tan lejanos? ¿Hay acaso alguien que pueda pensar que la democracia, después de liquidar al feudalismo y de vencer a los reyes, retrocederá ante los burgueses y los ricos? ¿Es posible que se detenga precisamente ahora que se ha hecho tan fuerte y sus adversario tan débiles?"[7]
Tocqueville comprende también que el desarrollo de la igualdad no es sólo un proceso imparable, sino también un mecanismo capaz de movilizar las más amplias energías: "Por doquier se ha visto cómo los diversos acontecimientos de la vida de los pueblos contribuirán al destino de la democracia. Todos la han ayudado con sus esfuerzos, los que se proponían contribuir a su éxito, y los que en absoluto pensaban servirla, los que combatieron por ella, y los que se declararon enemigos suyos: todos se agolparon en el mismo cauce y trabajaron juntos, unos a su pesar, otros sin que se dieran cuenta."[8]
Así, pues, Tocqueville, en un momento particularmente difícil de su vida y de su país, repite que la alternativa es entre una articulación "liberal" y una articulación "opresiva" de la democracia.[9] Lo cual suscita un "terrible problema, cuya solución no afecta sólo a Francia, sino a todo el mundo civilizado".[10] Y aquí Tocqueville explica: "Si nos salvamos, salvaremos al mismo tiempo a todos los pueblos que nos rodean. Si nos perdemos, arrastraremos a todos a la ruina junto con nosotros. Según que tengamos la libertad democrática o la tiranía democrática, el destino del mundo será distinto."[11]
El objetivo es, pues, librarse de la "tiranía democrática". Francia había experimentado esta situación, a la que parecía estar fatalmente condenada. En su lugar había que construir una democracia liberal. Por eso, como oportunamente ha puesto de relieve Ortega y Gasset, "antes que todo y sobre todo –sobre el subsuelo de fe cristiana heredada- Tocqueville fue liberal. Lo fue en forma más consciente y depurada que solían serlo sus contemporáneos. Creía que si la historia en cuanto acontecimiento intrahumano tiene un destino y si la evolución de las sociedades tiene una meta, esta meta y aquel destino sólo pueden consistir en establecer una armazón de instituciones políticas y de usos cotidianos que hagan posibles existencias libres."[12]
Tocqueville contra la Restauración
La percepción del imparable avance de la democracia permitía a Tocqueville comprender además en qué medida la Restauración fue un fenómeno "artificioso".[13] En una carta de agosto de 1829 a su hermano Eduard, refiriéndose al gabinete Polignac, afirma Tocqueville: "¿Cómo podrá mantenerse? Sólo Dios puede saberlo. O, más bien, sabe ya aquello de lo que nosotros no hacemos más que dudar: que no se mantendrá en modo alguno. Parece que el gobierno quiere inicialmente estar de acuerdo con la Cámara actual, pero es poco probable que pueda encontrar un punto en que apoyarse. Convocar otra Cámara sólo significaría, si la ley electoral sigue siendo la misma, excluir todas las probabilidades de ganar. Cambiar esta ley, con la Cámara actual, no es ni siquiera imaginable. He aquí, pues, al nuevo gobierno lanzado al sistema de los golpes de Estado, de legislar mediante órdenes: de donde el desafío lanzado entre el poder real y el poder popular, una lucha entablada en campo cerrado, una partida en la que, a mi entender, el poder popular sólo se juega su presente, la autoridad real su presente y su futuro. Si este gobierno cae, la monarquía tendrá que soportar sus consecuencias, porque ese gobierno no es más que una emanación directa de la misma [...]. ¡Quiera Dios que la casa de los Borbones no tenga que arrepentirse un día de lo que hoy ha hecho!"[14]
(¿no os suena familiar esto?)
El 6 de mayo de 1830, escribe también a su hermano Eduard: "consideremos fríamente el callejón sin salida en que se metería el Rey si decidiera obrar fuera de la ley. ¿Dónde podría encontrar apoyo? No, desde luego, en la opinión pública: no habría nadie dispuesto a aprobar su comportamiento, sino que más bien con ello reuniría a casi toda la nación en una actitud de condena. ¿En los tribunales? Pero el día en que el Rey reinara por medio de ordenanzas, los tribunales se negarían a aplicarlas [...]. Sería entonces necesario reinar mediante comisiones, avanzar cada vez más por la vía de la ilegalidad por medio de la fuerza militar, mantener continuamente a los soldados en pie de guerra [...]. Nadie en Francia quiere que se gobierne mediante ordenanzas: hay que tener esto muy en cuenta, pues a nadie beneficia. Los cuerpos judiciales perderían con ello su importancia, los Pares su rango, la mayor parte de los hombres de talento sus esperanzas, las clases inferiores sus garantías, la mayoría de los oficiales sus ocasiones de promoción."[15]
Era una visión certera. Carlos X y Polignac son barridos por la "monarquía de julio". Y Tocqueville, a diferencia de sus familiares y de muchos de sus amigos, jura fidelidad a Luis Felipe. En una carta a Charles Stoffels, explica así su juramento: "Al obrar de este modo, he considerado que cumplía con mi estricto deber de francés. En el Estado en que nos encontramos, si Luis Felipe fuera derrocado, ello no redundaría ciertamente en favor de Enrique V, sino [...] de la anarquía. Quienes aman a su país deben, pues, unirse francamente al nuevo Rey, ya que sólo Él puede salvar a Francia de sí misma. Yo desprecio al nuevo soberano y pienso que su derecho al trono es más que dudoso; sin embargo, le apoyaré con mayor firmeza, creo, que quienes le han preparado el camino de la conquista del poder y que no tardarán en aparecer como sus amos y sus enemigos. He tomado mi decisión con absoluta tranquilidad de conciencia, porque tengo la convicción de que no obtendré con ello ninguna ventaja."[16]
Así pues, Tocqueville despreciaba a Luis Felipe y pensaba también que su derecho al trono era dudoso. Temía también que una recuperación del poder por parte de los legitimistas podría expulsarle de la magistratura en la que por entonces prestaba servicio. Escribe: "El movimiento de reacción que ya se está manifestando me echará o me pondrá en tales condiciones que el disgusto me obligará a dimitir."[17] A pesar de todo, no se adhiere a la postura de quienes pensaban que Francia podía volver atrás. Si Luis Felipe no es la solución, menos aún lo será una restauración legitimista.
¿Qué hacer? Tocqueville confía a su amigo Beaumont que "es preciso estudiar la historia de los hombres y sobre todo la de aquellos que nos han precedido más inmediatamente en este mundo".[18] Afirma que conoce los acontecimientos, pero admite que no sabe "qué es lo que los ha provocado, los recursos que los hombres han proporcionado a quienes los han gobernado desde hace doscientos años, el estado en que las revoluciones encontraron a los pueblos de entonces, y en el que los dejaron, su clasificación, sus costumbres, sus instintos, sus recursos actuales, la división y la disposición de estos recursos".[19] Y llega luego al punto decisivo: "Existe una ciencia que en otro tiempo desprecié y que ahora reconozco no sólo que es útil sino absolutamente esencial: la geografía. No el conocimiento del meridiano exacto de una determinada ciudad, sino el conocimiento de todo lo que se refiere a lo que hace poco mencionaba [...]. Admito que no es esta la geografía que se aprende en la escuela, pero imagino que es la única que podemos comprender y recordar."[20]
La geografía a que se refiere Tocqueville es el instrumento con el que podemos contemplar el horizonte histórico del propio tiempo. En este horizonte, los Estados Unidos son el país en que el problema de la democracia se ha planteado con más fuerza y donde se le ha dado la respuesta más adecuada. Y Tocqueville dice: "Hace mucho tiempo que tengo un gran deseo de visitar América del Norte: iré, pues, para ver de cerca cómo funciona una gran república. ¡Lo único que temo es que mientras tanto se forme una en Francia!"[21]
La lección de Constant y Guizot
Tocqueville va a los Estados Unidos con una penetrante dotación teórica. Los excesos y crímenes de la Revolución francesa y del régimen napoleónico habían evidenciado que, para resolver el problema de la democracia, no basta sustituir el principio de la soberanía monarco-aristocrática por el de la soberanía popular. Benjamin Constant había proyectado una poderosa luz sobre el hecho de que, sin una adecuada limitación del poder, no es posible la libertad. En sus Principes de Politique, Constant había escrito que "el reconocimiento abstracto de la soberanía popular no incrementa en nada la libertad de los individuos".[22] En efecto, "si atribuimos a la soberanía una extensión que no debe tener, la libertad puede perderse a pesar de ese principio o incluso en razón del mismo"."[23]
Constant también había precisado: "Cuando se establece que la soberanía de ciertos individuos es ilimitada, se crea y se echa a la ventura, dentro de la sociedad humana, un coeficiente de poder que es en sí mismo demasiado elevado y que está destinado a ser un mal, sean cuales fueren las manos en que se encuentre. Confiarlo a un hombre, a diversos hombres o a todos es igualmente malo. Acaso se piense que ello se debe a la imperfección de quienes detentan ese poder, y, según las circunstancias, se acusará a la monarquía, a la aristocracia, a la democracia, a los gobiernos mixtos o a los sistemas representativos. Y será un error, pues no hay que denunciar a quienes ejercen el poder sino su extensión."[24]
El diagnóstico de Constant iba aún más lejos al añadir: "El error de quienes, de buena fe y por amor a la libertad, han otorgado un poder ilimitado a la soberanía popular deriva del modo en que se han formado sus ideas políticas [...] su cólera se ha dirigido contra los ejecutores del poder más bien que contra el poder mismo. En lugar de destruir este último, han pensado sustituir a sus poseedores. Ha sido una lástima, pues en ello han visto una conquista. Han entregado el poder a la sociedad en su conjunto. Y de la sociedad en general ha pasado necesariamente a la mayoría, y de la mayoría a las manos de unos pocos y a menudo de uno solo. Y de este modo se han producido los mismos males que antes."[25]
Basándose en esto, Constant pudo refutar fácilmente la posición de Rousseau, considerándola el apoyo más formidable a todo tipo de "despotismo".[26] En el contrato rusoniano cada uno adquiere sobre los demás los mismos derechos que él cede en favor de los otros. De este modo obtiene el equivalente de lo que pierde y consigue además una fuerza mayor para preservar lo que le queda. Pero Rousseau olvidaba que "en el momento en que la soberanía tiene que hacer uso del poder que posee o, en otras palabras, apenas es preciso proceder a la organización práctica del poder [...], la acción iniciada en nombre de todos es necesariamente, nos guste o no, la acción de un determinado individuo o de unos pocos, y sucede que, al someterse a todos [...], cada uno se somete a quienes actúan en nombre de todos."[27]
Asustado por el inmenso poder social que había creado, el propio Rousseau no sabía en qué manos poner "tan monstruosa fuerza" ni pudo encontrar otra cosa que un expediente que hacía "imposible" el ejercicio de la soberanía.[28] Por eso afirmaba que la propia soberanía no puede ser "enajenada, delegada o representada".[29] Que es como decir que "no puede ejercerse", es decir se destruye el "principio que apenas había sido proclamado".[30]
Constant también había explicado que "la generalidad de los ciudadanos es soberana, en el sentido de que ningún individuo, ninguna facción, ninguna asociación parcial puede, sin haber recibido la oportuna delegación, pretender la soberanía. De lo que no se deriva que la generalidad de los ciudadanos, o quienes han sido investidos de la delegación, puedan disponer soberanamente de la existencia de los individuos. Por el contrario, hay una parte de la existencia humana que por necesidad permanece como individual e independiente y que por derecho está fuera de toda competencia social."[31]
En la concepción de Constant, la soberanía debería tener sólo una "limitada y relativa existencia", porque en el punto en que "comienza la autonomía individual, acaba la jurisdicción de la soberanía".[32] Tampoco el consenso de la mayoría puede legitimar la violación de esos límites. La soberanía tiene que ser limitada. Tal es, precisa Constant, el "eterno principio que debemos afirmar".[33]
Todo lo anterior coloca a Constant dentro del restringido círculo de quienes han contribuido a destruir el mito del Gran Legislador. Veamos por qué.
A. La libertad nace de la limitación del poder político. Aun cuando los titulares de las funciones autoritarias se proponen como objetivo hacer que la vida de los ciudadanos sea libre, el poder ilimitado que se les ha otorgado no permite alcanzar esa finalidad, ya que los conocimientos de cada uno son parciales. Y a conocimientos limitados debe corresponder un poder también limitado. Comentando la obra de Filangieri, Constant afirma que este escritor italiano cae en el imperdonable error de considerar al legislador "como un ser aparte, por encima del resto de los hombres, necesariamente mejor y más iluminado que los demás".[34] Así es como Filangieri, "entusiasmándose con un fantasma creado por su imaginación", le atribuye una autoridad que sólo raramente piensa limitar.[35] En efecto, según Filangieri, puede aceptarse que la ley procede "del cielo, pura e infalible, sin necesidad de recurrir a intermediarios, cuyos errores la falsean, cuyos cálculos personales la desfiguran, cuyos vicios la surcan y la hacen perversa [...] la ley es obra de los hombres [... y] la obra no merece más confianza que sus actores [...] una terminología abstracta y oscura ha confundido a los publicistas. Podría decirse que han sido engañados por los verbos impersonales [...]. Es necesario, se debe, no se debe, ¿acaso no se refieren a hombres? Se llega al punto de creer casi que se trata de una especie distinta".[36]
Son los individuos los que actúan. Y el hecho de que gocen de una legitimación política no significa que desaparezca su ignorancia y su falibilidad y, con ellas, la necesidad de poner límites precisos a su poder. Sean cuales fueren las manos en las que éste se encuentre, una ilimitada extensión del mismo produce, inevitablemente, consecuencias desastrosas para la libertad.
B. De ahí que no podamos detenernos en las intenciones de los actores. Estas intenciones, por más rectas que puedan ser, no garantizan por sí mismas resultado alguno. Es decir hay que valorar las consecuencias de las acciones. El principio de soberanía popular puede incluso ser el instrumento para conculcar la libertad. Resulta por tanto importante el modo en que se organiza ese principio.
C. Utilizando una fórmula sobre la que ha insistido Popper y que está ampliamente presente en la tradición liberal, se podría decir que el viejo interrogante sobre "quién debe mandar" debe ser sustituido por la pregunta: "¿Cómo podemos organizar las instituciones políticas para impedir que malos o incompetentes gobernantes hagan demasiado mal?"[37]
Los tres puntos señalados sitúan a Constant dentro de aquella metodología que ya observamos en Mandeville y en los moralistas escoceses, que en años más próximos a nosotros ha tomado el nombre de "individualismo metodológico".[38] Por lo demás, como es sabido, Constant vivió en Edimburgo, donde tomó parte activa en la vida de varias asociaciones literarias y culturales y en particular estuvo en contacto con James Mackintosh. Una relación que, recuperada posteriormente, se prolongará durante toda su vida.[39]
No menos importante fue la lección que Tocqueville recibió de Guizot, de quien había sido alumno en la Sorbona.[40] La metodología adoptada por Guizot no era diferente de la de Constant. Guizot no pensaba que la civilización fuera producto de las intenciones o de la proyectación humana. Según él, el régimen de libertad instaurado en Europa era el resultado de una singular constelación de acontecimientos. Escribe Guizot: "Allí donde, en las demás civilizaciones, el dominio exclusivo, o al menos la preponderancia excesiva de un solo principio, de una sola forma, fue causa de tiranía, en la Europa moderna la diversidad de los elementos del orden social, la imposibilidad en que han estado de excluirse entre sí, han generado la libertad que hoy reina. Al no poderse exterminar unos a otros, los principios tuvieron por necesidad que convivir, haciendo entre ellos una especie de transacción. Cada uno ha permitido tener tan sólo la posición de desarrollo que podía corresponderle y, mientras que en otras partes el predominio de un principio producía la tiranía, en Europa la libertad fue producto de la variedad de los elementos de la civilización y del estado de lucha en que han vivido constantemente."[41]
Dicho sin rodeos, Guizot sostenía que la libertad europea debía atribuirse a la circunstancia de que la "idea del imperio" y la "Iglesia cristiana" habían constituido un límite recíproco: un resultado evidentemente ajeno a las intenciones de los actores.
Guizot comprendió también la importancia de la interacción humana en el desarrollo de la civilización. Afirma: "si las facultades y la existencia de los individuos se desenvuelven y se agotan aisladamente, sin actuar unos sobre otros, sin dejar huella", las "generaciones sucesivas dejan a la sociedad en el mismo punto en que la recibieron."[42] Y, sin embargo, "cuando se pronuncia la palabra civilización", se piensa inmediatamente en "relaciones sociales que se amplían, que se hacen más activas".[43] Lo cual "subsiste bajo dos condiciones y se manifiesta a través de dos síntomas: el desarrollo de la actividad social y el de la actividad individual, el progreso de la sociedad y el progreso de la humanidad".
Por lo tanto, la limitación del poder crea el habitat de la libertad. Y ésta amplía los horizontes de cada uno, nutre la civilización. De donde también la hostilidad de Guizot respecto a las rupturas revolucionarias. Es cierto: "amaba el 1789", que percibía como "la gran fecha de la emancipación social de su clase", pero "odiaba la interminable sucesión de desórdenes políticos a los que aquel famoso año había abierto el camino".[44] Tanto es así que, en las jornadas de julio de 1830, se mantuvo aparte y orientó su entrada en escena hacia una política lo más respetuosa posible del pasado. Sabía muy bien que el extremismo revolucionario no puede generar libertad.[45]
Tales son las enseñanzas que Tocqueville recibió de Guizot. Elementos extraordinariamente fecundos, que el propio Guizot no siempre supo tener en cuenta en su actividad política. Pero su obra teórica, como subraya Ortega y Gasset, viene del "profundo pasado de Europa", donde "ha sabido sumergirse".[46] El pensador español llega a decir que es "increíble que en los primeros años del siglo xix, tiempo retórico y de gran confusión, se haya compuesto un libro como la Histoire de la Civilisation en Europe".[47]
Ortega amplió su juicio a todo el grupo, el de los llamados "doctrinarios", cuya influencia enriqueció a Tocqueville y del que Guizot era exponente. El propio Ortega añadía: "quiero tener el valor de afirmar que este grupo [...], de quienes todo el mundo se ha reído y ha hecho mofas escurriles es, a mi juicio, lo más valioso que ha habido en la política del continente durante el siglo xix. Fueron los únicos que vieron claramente lo que había que hacer en Europa después de la Gran Revolución, y fueron además hombres que crearon en sus personas un gesto digno y distante, en medio de la chabacanería y la frivolidad creciente de aquel siglo."[48] Y también: "Había llegado en ellos a convertirse en un instinto la impresión radical de que existir es resistir, hincar los talones en tierra para oponerse a la corriente [...]. Los doctrinarios son un caso excepcional de responsabilidad intelectual; es decir, de lo que más ha faltado a los intelectuales europeos desde 1750."[49]
Así pues, Tocqueville partía para los Estados Unidos con un buen bagaje teórico.[50] Si no hubiera sido así, La Démocratie en Amerique no habría sido una aguda obra de teoría sociológica y política.
Contra la "tiranía de la mayoría"
Que Tocqueville va en búsqueda del habitat de la democracia liberal, es un motivo recurrente de sus apuntes de viaje, de su correspondencia y de sus escritos. Perfectamente consciente de la lección de Constant, Tocqueville considera "impía y detestable" la máxima según la cual "en materia de gobierno la mayoría de un pueblo tiene derecho a hacerlo todo".[51] Y escribe: "hay quienes han osado afirmar que un pueblo [...] no puede nunca, por definición, desbordar los límites de la justicia y de la razón, y por lo tanto no se debe temer dar todo el poder a la mayoría que le representa".[52] Pero esto, precisa Tocqueville, "es un lenguaje servil".[53] Es el camino que conduce a la "tiranía de la mayoría".
¿Qué es lo que sucede en Estados Unidos? Tocqueville observa: "he notado que el pueblo muestra a menudo, en la conducta de los negocios, una gran mezcla de presunción y de ignorancia, de lo que he concluido que en América, como entre nosotros, los hombres están expuestos a las mismas imperfecciones y a las mismas miserias."[54] A pesar de todo, ¿hay algo distinto? "Las costumbres y las leyes de los americanos no son las únicas que pueden convenir a los pueblos democráticos; pero los americanos han demostrado que no hay que perder la esperanza de regular la democracia con la ayuda de las leyes y de las costumbres."[55]
Veremos más adelante que, con referencia específica a la democracia americana, Tocqueville atribuirá mayor importancia a las costumbres que a las leyes. Pero para llegar a esto conviene seguir su itinerario.
Tocqueville afirma: los anglo-americanos "no siempre están de acuerdo sobre los medios que hay que adoptar para gobernar bien y se diferencian en algunas formas que conviene dar al gobierno, pero están de acuerdo sobre los principios generales que deben regir las sociedades humanas. Desde el Maine a la Florida, desde el Missouri al Océano Atlántico, se cree que el origen de todos los poderes es el pueblo. Se tienen las mismas ideas sobre la libertad y la igualdad; se profesan las mismas ideas sobre la [función de la] prensa, sobre el derecho de asociación, sobre el jurado, sobre la responsabilidad de quienes ocupan posiciones de poder."[56]
La observación de Tocqueville es muy profunda. El acuerdo no puede referirse sino a los principios. En efecto, como el propio Tocqueville no deja de observar, "sucede a menudo que los hombres que viven en los Estados Unidos son "todavía ingleses, franceses, alemanes, holandeses".[57] El desacuerdo sobre los medios es frecuente, pero no afecta a los fines. Tocqueville explica luego lo que quiere decir: "Lo que más os sorprende al llegar a Estados Unidos es una especie de movimiento tumultuoso en el que se halla sumergida la sociedad política. Las leyes cambian continuamente y a primera vista parece imposible que un pueblo, tan poco seguro en sus voluntades, no llegue pronto a sustituir la actual forma de su gobierno por una forma enteramente nueva. Estos temores carecen de fundamento. En lo que atañe a las instituciones políticas existen dos especies de inestabilidad que no hay que confundir: una se refiere a las leyes secundarias, y esta puede abundar en una sociedad muy sólida; la otra sacude continuamente las bases mismas de la constitución y ataca a los principios generales de las leyes: esta es siempre origen de desórdenes y revoluciones, y la nación que la sufre vive en una situación violenta y transitoria. La experiencia enseña que estas dos especies de inestabilidad no tienen entre sí un vínculo necesario, pues han estado unidas o separadas, según los tiempos y lugares. En Estados Unidos encontramos la primera, pero no la segunda. Los americanos cambian frecuentemente las leyes, pero respetan el fundamento de la constitución."[58]
Pues bien, como se desprende claramente de los apuntes de viaje,[59] Tocqueville atribuye al segundo tipo de conflicto, el que afecta a las "bases mismas de la constitución", la responsabilidad de lo que estaba ocurriendo en Francia, país sometido a permanentes convulsiones sociales, precisamente a causa de la falta de un acuerdo generalizado sobre los "principios generales". De donde la consiguiente conclusión de que la sociedad, es decir la cooperación pacífica entre los ciudadanos, sólo es posible si existe ese acuerdo.
Con ayuda de Ortega y Gasset, podemos detenernos en esta cuestión. Manifiestamente influido por Tocqueville, el pensador español imagina el "cuerpo de las opiniones que alimentan la vida de un pueblo constituido por una serie de estratos. Divergencias de opinión en los estratos superficiales e intermedios producen disensiones benéficas, porque las luchas que provocan se mueven sobre la tierra firme de la concordia subsistente en los estratos más profundos. La discrepancia en lo somero no hace sino confirmar y consolidar el acuerdo en la base de la convivencia."[60]
Se comprende así por qué el propio Ortega critica duramente a Ferdinand Tönnies. Dice: "Mi idea principal en sociología es que sociedad no es, en verdad, ni 'Gesellschaft', ni 'Gemeinschaft' en sentido de Tönnies. La distinción de este me parece falsa y además pueril [...]. Tönnies presenta estas dos formas de convivencia o agrupación humana como coordinadas y además cree que son realidades sociales plenas, subsistentes. Ahora bien, yo pienso – y ello me parece evidente– que toda Gesellschaft en sentido de Tönnies, por tanto toda agrupación que proviene de las voluntades deliberadas es sólo una asociación particular que supone una Gemeinschaft dentro de la cual se produce. Si por Gemeinschaft se entiende un grupo social no originado en voluntaria asociación y al cual el individuo pertenece quiera o no [...], diría que Gemeinschaft es el fenómeno social básico, que es supuesto de todos los demás."[61]
Las observaciones de Ortega son totalmente pertinentes, si bien precisan de algunas puntualizaciones. Aunque es cierto que no puede haber sociedad alguna sin la base de un núcleo de creencias compartidas, ello no significa que las reglas fundamentales de una sociedad libre deban dictar específicos contenidos existenciales obligatorios, ya que en tal caso no existiría libertad individual de elección. No es casual que, crítico para con Esparta, Constant recuerde que, en aquella ciudad, Terprando no pudiera añadir una cuerda a su lira sin que los Éforos sospecharan.[62] Es decir, no había elección personal.
Las reglas que constituyen la base de una sociedad libre, en la que conviven sujetos portadores de concepciones filosóficas y religiosas diferentes, deben ser vacías, carentes de un contenido existencial específico; deben ser auténticos principios procedimentales, cuya función se resuelva en la fijación de los límites de las acciones, sin imponer a éstas un contenido obligatorio. La democracia americana se caracterizaba precisamente por esto, como lo demuestra palmariamente lo que sucedía en el campo religioso.
Tocqueville escribe: "En Europa el cristianismo ha estado íntimamente ligado a los poderes terrenales. Hoy estos poderes se derrumban, y él queda sepultado bajo sus ruinas. Es un vivo que han querido atar a los muertos."[63] Muy otra es la situación en Estados Unidos. Aquí hay una "completa separación" entre Estado e Iglesia.[64] Esto significa que ningún credo religioso ocupa una posición privilegiada. Ninguna confesión puede valerse de la alianza con la política para imponer sus propios preceptos, ni el poder político puede justificar a través de la religión sus particulares imposiciones. Y así, sostiene Tocqueville, la "ley permite al pueblo americano hacerlo todo, la religión le impide concebirlo todo y le prohíbe atreverse a todo".[65] Es decir, el derecho sólo prohíbe lo que invade la esfera de la autonomía de los demás y deja un amplio campo a la libertad individual y a la innovación; está por lo tanto formado por una constelación de normas vacías. La orientación moral y el contenido existencial viene, en cambio, sugerido por las distintas confesiones religiosas. "No se puede, pues, decir que en Estados Unidos la religión ejerza una influencia directa sobre las leyes, ni sobre las opiniones políticas, sino más bien que la misma dirige las costumbres."[66]
La separación entre religión y política es un principio sobre el que todos están de acuerdo. "Aunque los anglo-americanos tengan muchas religiones, todos ellos tienen el mismo modo de considerar la religión."[67] Ésta, pues, no puede convertirse en instrumento de atropello. Las innumerables sectas conviven en la tolerancia recíproca.[68] "No hay odio religioso."[69] Por otra parte, afirma también Tocqueville, quien en una situación de elección libre "sigue creyendo, no teme exponer su fe a todas las miradas. En quienes no comparten sus esperanzas ve personas infelices, pero no adversarios; sabe que puede conquistar su estima sin tener que seguir su ejemplo; no está, pues, en guerra con nadie y, al no considerar la sociedad en que vive como una palestra en la que la religión tiene que luchar sin tregua contra mil enemigos enfurecidos, ama a sus contemporáneos al mismo tiempo que condena sus debilidades y se duele de sus errores."[70]
Por lo que respecta a los sacerdotes americanos, éstos "se pronuncian a favor de la libertad civil".[71] Y Tocqueville añade: "Los oí lanzar el anatema contra la ambición y la mala fe, al margen de las opiniones políticas en que tuvieran que ampararse. Pero aprendí, oyéndoles, que los hombres no pueden ser condenables a los ojos de Dios a causa de estas opiniones, cuando son sinceras, y que no es pecado equivocarse en materia de gobierno, como tampoco lo es equivocarse sobre la manera en que conviene edificar la propia casa o trazar el propio surco."[72]
Sin embargo, la separación entre costumbres y derecho, entre religión y política, una vida social inspirada en la tolerancia recíproca no son posibles sin algo más profundo. Tocqueville no lo duda. Y da perfectamente en el blanco cuando dice: [b["Hasta hoy, nadie en los Estados Unidos ha osado proponer esta máxima: que todo está permitido en interés de la sociedad. Máxima impía, que parece haber sido inventada en un siglo de libertad para legitimar la llegada de los tiranos."[73][/b]
Como ya sabemos, Constant había puesto en guardia contra el mecanismo que implica esta máxima. Recordaba que las acciones son siempre ejecutadas por los individuos concretos. Y la consecuencia es que, si a un individuo se le permite representar a la sociedad, se le concede que encarne un "punto de vista privilegiado sobre el mundo", postura que está en abierto contraste con la idea de igualdad. Con razón, pues, años más tarde, escribirá Tocqueville a Henry Reeve: "El gran peligro [...], tened la seguridad, es la destrucción o el debilitamiento de las partes del cuerpo social frente al todo. Lo que en nuestros días da fuerza a la idea del individuo es sano. Lo que da una existencia aparte a la especie y amplía la noción del género es peligroso. El espíritu de nuestros contemporáneos va espontáneamente en esta dirección. La doctrina de los realistas, introducida en el mundo político, impele a todos los abusos de la democracia; esa doctrina concilia el despotismo, la centralización, el desprecio de los derechos particulares, la doctrina de la necesidad, todas las instituciones y todas las doctrinas que permiten al cuerpo social pisotear a los hombres y que hacen que la nación lo sea todo y los ciudadanos nada."[74]
Tocqueville comprende que considerar la sociedad como algo separado y distinto de los individuos equivale a duplicar la realidad. Y comprende que la introducción del "punto de vista de la sociedad" conduce a la destrucción de la libertad individual. Por lo tanto, la democracia liberal debe ser la negación de todo esto. Hay que reconocer que un "pueblo o un individuo, por más iluminado que pueda estar, no es infalible".[75] Más exactamente, los hombres son todos falibles y ninguno puede pretender ser el único conocedor y portador de los intereses del todo.
Así, pues, la falibilidad es lo que más nos une. Esto significa que en el estrato más profundo de los principios que hacen posible la democracia liberal sí coloca el falibilismo gnoseológico.[76] Por lo demás, Tocqueville se pregunta: "¿Dónde hallar la verdad absoluta?"[77] Y no duda en aclarar: "La omnipotencia es en sí algo malo y peligroso. Su ejercicio me parece que está por encima de las fuerzas del hombre, sea el que fuere; y no veo que Dios pueda sin peligro ser omnipotente, porque su sabiduría y su justicia son siempre iguales a su poder. No hay, pues, sobre la tierra autoridad tan respetable en sí misma, o revestida de un derecho tan sagrado, que yo quisiera dejar sin control y que dominara sin obstáculos. Cuando veo que se concede el derecho y la facultad de hacerlo todo a cualquier poder, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, ya se ejerza en una monarquía o en una república, yo afirmo que allí está el germen de la tiranía; y trato de irme a vivir bajo otras leyes."[78]
Extracto parcial de http://www.ilustracionliberal.com/11/tocqueville-y-el-problema-de-la-democracia-lorenzo-infantino.html
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Re: Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
NOTAS
Tan nefasto puede ser para la soberanía de la gente el soportar la tiranía/despotismo de una minoría (un dictador), como la de una mayoría (un gobierno democrático); ojo! no por ser mayoría sino por ser tirano. Y esa es la trampa de creer (que algunos partidos políticos nos hacen creer) que la legitimidad en las urnas da poder de putear a los que no votaron o votaron a otros partidos políticos.
El problema es que poder individual de cada persona (el poder que le proporcionan sus propias capacidades naturales para sobrevivir de manera autónoma) es inversamente proporcional a sus deseos de prosperidad. Es decir, hasta cierto punto una persona adulta capacitada podría sobrevivir por sus propios medios si sus necesidades son ínfimas, pero si desea algo más que esa cobertura le va a hacer falta ceder algo de su soberanía personal a cambio de otros bienes. Eso, si dicho individuo no cae en lo que Tocqueville llama "estado de naturaleza" (la violencia, la anarquía, etc. Lo que hoy llamamos darwinismo social) y trata de arrebatarlo a otros indivíduos de forma violenta o tiránica.
En el primer caso el que cede soberanía a cambio de otros bienes con otros hace un contrato, y cuando se hace con un Estado hace un contrato social (rollo Rousseau).
Todos los pobres -por lo general- caeremos en la aplastante tiranía de la realidad: se necesita al Estado para poder parir en un hospital y terminaremos en un hospital para certificar nuestra muerte. Pero que eso no nos arrebate nuestro papel de soberanos: el Estado SIEMPRE es nuestro Leviathan, si uno cae en la indolencia de creer que el Estado es un monstruo comeniños (como a veces este pretende de mil maneras) estaremos jodidos: pasamos de ser ciudadanos libres y soberanos a súbditos sometidos o a esclavos de su poder.
Tocqueville nos avisa que no nos dejemos engañar con los parabienes de la democracia para obtener todo lo que necesitamos para sobrevivir si luego a los que elegimos para gestionar NUESTRO Estado es un partido político despótico, ladrón, mentiroso o inútil y en vez de solucionar un problema nos caen dos.
Ceder en soberanía personal nunca debe ser sinónimo de regalarla.
Tan nefasto puede ser para la soberanía de la gente el soportar la tiranía/despotismo de una minoría (un dictador), como la de una mayoría (un gobierno democrático); ojo! no por ser mayoría sino por ser tirano. Y esa es la trampa de creer (que algunos partidos políticos nos hacen creer) que la legitimidad en las urnas da poder de putear a los que no votaron o votaron a otros partidos políticos.
El problema es que poder individual de cada persona (el poder que le proporcionan sus propias capacidades naturales para sobrevivir de manera autónoma) es inversamente proporcional a sus deseos de prosperidad. Es decir, hasta cierto punto una persona adulta capacitada podría sobrevivir por sus propios medios si sus necesidades son ínfimas, pero si desea algo más que esa cobertura le va a hacer falta ceder algo de su soberanía personal a cambio de otros bienes. Eso, si dicho individuo no cae en lo que Tocqueville llama "estado de naturaleza" (la violencia, la anarquía, etc. Lo que hoy llamamos darwinismo social) y trata de arrebatarlo a otros indivíduos de forma violenta o tiránica.
En el primer caso el que cede soberanía a cambio de otros bienes con otros hace un contrato, y cuando se hace con un Estado hace un contrato social (rollo Rousseau).
Todos los pobres -por lo general- caeremos en la aplastante tiranía de la realidad: se necesita al Estado para poder parir en un hospital y terminaremos en un hospital para certificar nuestra muerte. Pero que eso no nos arrebate nuestro papel de soberanos: el Estado SIEMPRE es nuestro Leviathan, si uno cae en la indolencia de creer que el Estado es un monstruo comeniños (como a veces este pretende de mil maneras) estaremos jodidos: pasamos de ser ciudadanos libres y soberanos a súbditos sometidos o a esclavos de su poder.
Tocqueville nos avisa que no nos dejemos engañar con los parabienes de la democracia para obtener todo lo que necesitamos para sobrevivir si luego a los que elegimos para gestionar NUESTRO Estado es un partido político despótico, ladrón, mentiroso o inútil y en vez de solucionar un problema nos caen dos.
Ceder en soberanía personal nunca debe ser sinónimo de regalarla.
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Re: Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
Te has "quedao agustico" XD
Me quedo con este párrafo:
El diagnóstico de Constant iba aún más lejos al añadir: "El error de quienes, de buena fe y por amor a la libertad, han otorgado un poder ilimitado a la soberanía popular deriva del modo en que se han formado sus ideas políticas [...] su cólera se ha dirigido contra los ejecutores del poder más bien que contra el poder mismo. En lugar de destruir este último, han pensado sustituir a sus poseedores. Ha sido una lástima, pues en ello han visto una conquista. Han entregado el poder a la sociedad en su conjunto. Y de la sociedad en general ha pasado necesariamente a la mayoría, y de la mayoría a las manos de unos pocos y a menudo de uno solo. Y de este modo se han producido los mismos males que antes."[25]
Sin embargo el poder ya no lo tiene otro que el dinero:
Y citando a Quevedo:
PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Me quedo con este párrafo:
El diagnóstico de Constant iba aún más lejos al añadir: "El error de quienes, de buena fe y por amor a la libertad, han otorgado un poder ilimitado a la soberanía popular deriva del modo en que se han formado sus ideas políticas [...] su cólera se ha dirigido contra los ejecutores del poder más bien que contra el poder mismo. En lugar de destruir este último, han pensado sustituir a sus poseedores. Ha sido una lástima, pues en ello han visto una conquista. Han entregado el poder a la sociedad en su conjunto. Y de la sociedad en general ha pasado necesariamente a la mayoría, y de la mayoría a las manos de unos pocos y a menudo de uno solo. Y de este modo se han producido los mismos males que antes."[25]
Sin embargo el poder ya no lo tiene otro que el dinero:
Y citando a Quevedo:
PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Re: Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
Al final la naturaleza humana no es más excelente que la naturaleza de un brote de hierba, que lucha contra todo por enraizar, tomar el sol y reproducirse. Nosotros hemos construido un bonito mundo de ideas, principios y buenos deseos pero lo que vale es quien se cree más que los demás y tiene menos dependencias que nadie.
Por otra parte (a sabiendas de lo anterior) no podemos pensar que toda acción humana es tan salvaje que ya no vale la pena hacer nada porque todo terminará igual -con un tirano mandando. En cada periodo histórico somos cada vez más conscientes de que el tirano que nos mande tendrá que ceder ciertos derechos y garantizar una vida más digna que la que nos daba el tirano anterior. Es un avance.
Por otra parte (a sabiendas de lo anterior) no podemos pensar que toda acción humana es tan salvaje que ya no vale la pena hacer nada porque todo terminará igual -con un tirano mandando. En cada periodo histórico somos cada vez más conscientes de que el tirano que nos mande tendrá que ceder ciertos derechos y garantizar una vida más digna que la que nos daba el tirano anterior. Es un avance.
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Re: Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
La sociedad evoluciona, y el poder ha de evolucionar con ella, o eso o liarla como en Corea del Norte, aislar a sus propios ciudadanos del resto del mundo.
Re: Alexis de Tocqueville : libertad, igualdad, despotismo
Acuérdate de Borat. Ningún tirano dura mucho si no trata bien a los mandarines que le rodean (y que hacen posible la represión del Estado) pero hasta cierto punto muy difícil de conseguir. Cosa que como dijo Maquiavelo tambien tiene su peligro: si están demasiado mal le substituirán por avaro; y si están demasiado bien querrán más y le substituirán por estorbo.Mondedeu escribió:La sociedad evoluciona, y el poder ha de evolucionar con ella, o eso o liarla como en Corea del Norte, aislar a sus propios ciudadanos del resto del mundo.
No creo que el caralimón dure mucho.
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